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porque el CSS no es tan difícil.

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28 octubre 2009

Serie B.

Por una u otra razón llegó a dar a un túnel hermético. Aislado de la superficie, increíblemente húmedo y abandonado, maleza por todas partes y unos trenes que se mueven a pesar del óxido y el moho. Por un momento creyó que era un sueño, hasta que, previendo situaciones desagradables, agarró un vidrio verdoso yaciente en el piso para hacerse una pequeña incisión en la piel. ¡Oh desventura! Nada de esto es un sueño, es más real que las continuas alzas de impuestos, la contaminación, el calentamiento global o la hambruna mundial. Sólo que al parecer todo aquello se encuentra en otra dimensión paralela y lejana al actual plano astral –o del inframundo- en que se encontraba. Importante fue hacer esa pequeña y dolorosa prueba pues de no haber procedido de esa manera se le hubiera hecho fácil lanzarse a las resbaladizas vías en que corre el tren incesantemente y haber terminado de un dos por tres con su vida, aunque dados los acontecimientos siguientes eso no hubiera sido tan mala opción.
Solo en el andén mohoso de un tren subterráneo que lleva de ningún lugar a ninguna parte, comenzó a hacer un reconocimiento del terreno que se cernía frente a él. Relativamente corto, comparándolo con los andenes del metro de su natal ciudad de nombre perdido en el tiempo, aquí parecía que el lugar era un pequeño paréntesis en el discurrir de los segundos por el reloj. Con la mano quitó un poco del hierbajo que tapaba lo que parecía de lejos una pequeña luz que le ayudaría a descifrar dónde carajos estaba. Descubrió un mapa de la red imaginaria del tren para darse cuenta que las rutas eran anillos concéntricos y lo único que hacían era dar vueltas en círculos hasta la eternidad, conectados por una única vía que marcaba una tangente desde el centro del círculo hasta el exterior, sabrá Dios lo que habría allá.
En un sobresalto, miró hacia las vías para darse cuenta que uno de esos remedos de trenes soviéticos había detenido su marcha invitándolo a subirse y llamar a la aventura de lo que habría más adentro del túnel. En cuanto hubo posado sus nalgas en una de esas butacas de plástico semi-ergonómicas, la mole metálica siguió su camino con estrépito.
Mal había emprendido la marcha cuando se detuvo en la siguiente estación, que cambió a la anterior porque no era simplemente un espacio sin definición ni necesidad: aquí sí había una puerta que llevaba a otro lugar. El morbo siempre puede más que la precaución, así que emprendió la cautelosa marcha al moho nunca pisado, al desconocido enrarecimiento de un encierro perpetuo entre humedad, bichos y plantas salvajes de baldío.
En ese lugar hasta los bichos caminaban en silencio. Todo era calma, una tensa paz que parecía romperse solamente con el aislado goteo espeso de algún agujero en el techo y los pasos de él que desvirgaban un suelo que tenía muchos años sin conocer suela. No pudo evitar un estremecimiento cuando notó que sus pasos iban fuera de sincronía con el ruido que se escuchaba, y el pánico entró cuando escuchó otra respiración, flemática, ruidosa, espesa. Miró sobre su hombro y horrorizado descubrió un zombie baboso, con la piel carcomida por la putrefacción y que con una habilidad impresionante, digna de un adepto al parcour, comenzó a perseguirlo para transmitirle su influenza, Ébola, herpes, sida y muchísimas alimañas más.
Ahora sí estaba terriblemente asustado nuestro protagonista. Emprendió la carrera veloz por ese túnel esperando fervientemente encontrar otro tren en el cual subirse y esperar que la adrenalina que incluso podía verse salir por sus poros le hiciera correr lo suficientemente fuerte lejos de ese maldito zombie tan hábil.
Efectivamente llegó a otro tren que parecía lo estaba esperando para hacerlo escapar del zombie. En sincronización perfecta se subió, cerraron las puertas y avanzó cual corcel en búsqueda de la yegua en peligro. Pero para su infortunio, dentro de ese vagón estaban bloqueando las salidas laterales dos hombres enmascarados con sierras eléctricas que se iban acercando lentamente, asustándolo cada vez más, hasta que se orinó del miedo. No supo que hacer y la impotencia lo hizo sentarse a llorar, al mismo tiempo que las sierras eléctricas desgarraban su piel, músculos, arterias, huesos y todo cuanto tejido se cruzara en su camino. Le cortaron las piernas y los brazos y luego lo lanzaron a un pozo para que muriera ahogado.
Violencia sin razón, sin beneficio ni nada. Simple crueldad pura.
Y mientras sus pulmones se llenaban de agua, sólo quiso haberse lanzado frente al tren mientras pudo.